segunda-feira, 5 de outubro de 2009


Jessica Isla
Y
Candelario Reyes García


Tegucigalpa, 4 Oct 2009. Imagenes de la asamblea del Frente
Popular contra el golpe de Estado. Sede de STYBIS. CMI-Honduras.

*

RÉQUIEM

Cien días de la Patria difunta,
insepulta y negociada.
Cien de reclutar sicarios,
y pactar mercenarios de toda calaña
para no dejar rastro.

Cien días de mediadores de doblez
mercando con cartas falsas
la razón de los criminales,
deslegitimando la soberanía
al único soberano.

Cien días de fetidez y trampa.

Quieren embalsamarla de falsedades
a la manera de los criminales
sin gloria, canto ni credo;
mucho menos felicidad para su alma.

Cien de querer revivirla
con gritos y sangre el pueblo
que ha sido envuelto en gases
y venenos importados.

No brillará tu luz perpetua
hasta que no pare el crimen
ni resucite en esencia
el bien que te hace Matria/Patria.

Sólo el pueblo tiene el gozo
de poder reanimar tu aliento
y el pueblo está en las calles
cercado y asesinado a mansalva.

Los homicidas piden para ellos:
descanso eterno,
claman luz perpetua
mostrando las manos criminales
como una paga de muerte
de la saña
que les mana a raudales.

Esto está hecho,
dicen,
ahora: borrón, cuenta nueva
y buen negocio para las funerarias.

Sus ruegos son lazos en las tinieblas,
mentiras en las negociaciones
y crímenes
a quien sea
y cada vez que se pueda.

¡Santo, santo, santo!
de las fuerzas populares,
llenos están los cielos
y la tierra de tu gloria,
hosanna, hosanna,
mira que te tienen preso,
silenciado, descuartizado:
como Cordero de Dios
y temen que sos el pueblo
porque sos misericordioso.

¡Cordero de Dios
que vibras en el pecho de este pueblo,
libre sea la Patria de la muerte eterna!

Por tu gracia,
escucha mis oraciones.
Así sea.

Candelario Reyes García
100 días de resistencia revolucionaria pacífica.

*

A mi hermano Leo

Unas manos no son más
que unas manos, pienso


Las que tengo enfrente: heridas, astilladas, vueltas pedazos. Unas manos con dedos imperfectos, quebrados por otras manos llenas de odio. Unas manos que sostuve entre las mías de hermana grande, desde la cuna para que fueran creciendo, poco a poco, para que moldearan su propia vida. Unas manos que defendí para que pudieran crecer sanas, sin moretes, ni golpes, para poder acariciar y abrazar la vida, para estudiar, tomar notas y escribir. Unas manos para dibujar y sanar. Unas manos para reír.

Ese mismo par de manos se defendieron sorprendidas, mientras caminaban alegres a la par del cuerpo que las acompaña hacia la casa de un amigo. Solo pudieron formar un muro frente a los golpes y las patadas de veinte policías. Dos manos, contra cuarenta extremidades de furia. Esas manos solo pudieron quebrarse por la violencia sin sentido, por la violencia que se cree en el derecho de la razón. Unas manos que ahora son yeso y están inmóviles, que nunca quedarán igual, que tendrán que recorrer un camino largo de ida y vuelta para curarse. Unas manos que son la cara angustiada de mi madre y su pregunta ¿cómo te voy a dejar así? Unas manos que son mi rabia y mi impotencia. Un dolor que explota en cada parte de mi cuerpo y que se abre paso en mis entrañas. Sale, se retuerce, parpadea.

Pienso porque me duele tanto, y me imagino que haría yo sin mis manos. Sin los dedos que teclean estas notas, sin mi herramienta de vida, sin mi voz. Sin todas esas manos que me sostienen: Las manos de mi compañero y mi hija sobre mis manos consolándome, las de Manitos Negras sobre mi espalda blanca, doliente, haciéndome llorar, las de la Margarita que desde la computadora traducía a las otras mis mensajes de auxilio y apoyo mientras sufría su propio dolor, su propia pérdida. Las manos de la hermana con nombre de abeja que cada día se aseguraba de que estuviera bien. Las manos que sostienen la manta de la solidaridad infinita de El Salvador, de Costa Rica, México, Cuba y Guatemala. Las de mis hermanas escritoras y la red de araña paciente que han tejido mis hermanas y hermanos hondureños desde esta resistencia. Las manos de mis ancestros, ancianas, brujas y guías espirituales. Las manos de Obatalá y Oshún.

Esas manos quebradas son las manos de la resistencia. Apaleada, quebrada, pero firme. Unas manos dignas que gritan un mensaje al mundo que no escucha por ahora. Que cuidan y acogen, que acunan, se acurrucan, cocinan, se levantan y abrazan. Unas manos que con paciencia, tiempo y ternura volverán a curarse y a crear. Que no volverán a ser las mismas. Que crecerán de otra forma, que sanarán más o menos, que se extenderán al mundo. Que en sí mismas forman una voz. Que son miles de manos y una sola.

Unas manos son todas las manos.

Jessica Isla
Octubre de 2009

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