R E F L E X Õ E S
Juan Almendares
Galel Cardenas Amador
Helen Umaña
Juan Almendares
Galel Cardenas Amador
Helen Umaña
*
Fuerza política del nuevo
amanecer en Honduras
amanecer en Honduras
La Resistencia: La fuerza
política más significativa
política más significativa
Por Juan Almendares
A raíz del golpe militar en Honduras, el 28 de junio 2009, ocurre la caída del antifaz de la falsa democracia: para el régimen de Facto desde que surgió por la violencia, las consignas son: Dios, Ley y Orden.
Es su manera explícita de imitar al dictador Stroessner de Paraguay, al declarar Estado de Excepción o en la práctica un verdadero Estado de sitio que reprime y amordaza a toda oposición. Cierran la voz de Radio Globo y CHOLUSAT SUR, los principales medios de comunicación que nos mostraban constantemente y con valentía la verdadera realidad en nuestro país.
El legítimo presidente de los hondureños, Manuel Zelaya Rosales, su familia y acompañantes han sido objeto de tortura física, psicológica y prácticamente privados de su libertad en la embajada de Brasil, vulnerando los tratados internacionales.
Más, la presión mundial ha obligado al gobierno de Facto a dialogar con el Presidente Zelaya. Es un dialogo solipsista que se prolonga maliciosamente y en forma interminable para legitimar “las elecciones” de su democracia.
El país se ha divido en fuerzas golpistas y fuerzas anti golpistas. Son dos filosofías, dos discursos y dos prácticas y métodos totalmente diferentes y antagónicos.
La filosofía golpista asume que la realidad le pertenece por herencia como si fuera inmutable, construida y bendecida por el dios de los poderosos y la teología de los opresores armados y violentos. Es el dorado mundo de los ricos frente al opresivo mundo de los pobres y los excluidos de la justicia y del amor.
Según la concepción de los golpistas (visión ontológica sin historia); existe una separación entre el ser social y la realidad. El pueblo no existe. Bajo esta idea, se justificó el golpe militar que suprimió la libertad de practicar una encuesta no vinculante: “la Cuarta Urna” donde se le preguntaba sobre la opinión de la instalación de una Asamblea Constituyente. La ideología golpista considera que la “Constitución es Dios”. Los asesores y operados del golpe militar son los discípulos de la Escuela de las Américas, la ultraderecha estadounidense y latinoamericana
En la visión golpista sobre la teoría del conocimiento (gnoseología) se desconoce la potencialidad del pueblo como sujeto capaz de conocer y transformar la realidad social. El conocimiento y la educación están en función del mercado y la acumulación del capital. La validez y la verdad política del régimen de facto (visión epistemológica) no resisten la formalidad de la ciencia jurídica al separar la vida de la ley. El método, además de perverso es falso, puesto que distorsiona de manera flagrante la verdad. Se niega el golpe militar, se falsifican actas y se hace caso omiso de las violaciones a los derechos humanos y de la corrupción.
La concreción metódica es “el síndrome del desgaste y agotamiento físico, mental y político”. La estrategia es derrotar a la oposición, mediante la guerra irregular, el terrorismo mediático, religioso y militar, detener, golpear y torturar. Asesinar a dirigentes, maestros, artistas, jóvenes y mujeres (el femicidio, se ha incrementado en un 60 por ciento). El costo económico del golpe militar durante los primeros tres meses ha sido de más de 800 millones de dólares lo cual implica una pérdida de casi 30 millones de dólares diarios.
Pero frente a este cuadro de dolor y sufrimiento un gigante ha despertado, una nueva esperanza ha surgido. El pueblo se ha redescubierto a sí mismo desafiando con sus sueños de libertad a los que han hecho invisible su historia.
Se han roto los mitos del poder mediático. Los corifeos con su tecnología manipulativa no persuaden. Los muros del silencio se han derrumbado. El carbón de las hornillas, los colores de la tierra, han servido al pueblo trabajador y artista de su propia historia: escribir, pintar, danzar, actuar, cantar el poema de la libertad; frente a los tanques, las metrallas, los gases tóxicos y los puñales traidores hay gritar con dolor y coraje : “!Golpistas! ¡Golpistas!”.
Ha nacido un pueblo, una nueva esperanza, la Resistencia Nacional Contra el Golpe Militar. Sus objetivos son la movilización organizada para luchar contra la injusta realidad y construir el poder mediante la participación real de la ciudadanía en la Asamblea Nacional Constituyente y transformar profundamente la Constitución de la República.
Sus principios están basados en la “No violencia”. Son más de un centenar de días de marchas heroicas bajo el sol y la lluvia de balas, garrotazos, puñaladas y el terror de los gases mortales. Sin embargo, en un país militarme ocupado por los Estados Unidos, las fuerzas militares y policiales cobardes, gastan enormes presupuestos a expensas del hambre la enfermedad de los niños y niñas y la destrucción ambiental por parte de las multinacionales; nunca podrán apagar el coraje y las voces de la no violencia que gritan en todos los rincones de Honduras ¡Viva la Resistencia!
El martirio y heroísmo de la Resistencia, es un llamado a todos los pueblos del mundo para que no existan más golpes militares ni bases bélicas en América Latina. Nuestro pueblo clama por la paz humana y planetaria, por el respeto a la dignidad histórica de nuestros pueblos, la justicia social y climática en el corazón de la Madre Tierra.
El camino de esperanza y liberación, a pesar de los crímenes de lesa humanidad es la consolidación integral de la Resistencia como fuerza política, cultural y espiritual no violenta que construye y dirige la toma del poder.
Ningún cambio por la democracia real puede realizarse si se excluye a la Resistencia contra el Golpe Militar como la fuerza política más significativa y grande de Honduras. Es el hecho histórico más incontrastable de nuestra actualidad y del futuro con el que el pueblo sueña y construye el nuevo amanecer
Repasaba un trabajo de Héctor Hernández titulado ¨Génesis y desarrollo de la historia política de Honduras, a partir de los golpes de Estado¨, y pude colegir algunos criterios que resalto ahora.
A través del devenir de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, se ha podido aprender que cualquiera de los golpes sufridos hasta la época por la democracia hondureña, ninguno ha sido revertido, y más bien han tendido a instalar grupos oligárquicos que bajo la coyuntura de la fuerza militar han realizado los más pingües negocios de toda índole: la obtención de trabajos remunerados opíparamente, en el aparato burocrático, la instalación de negocios ilícitos inmediatos, aprobación de leyes que implican privilegios hacia determinados sectores de explotación de recursos naturales y demás concomitantes.
Ningún golpe de estado en Honduras ha sido ejecutado desde la perspectiva de la defensa de la patria y del pueblo, y éste que sufrimos ahora no escapa a esa característica.
El grupo militar golpistas de cualquier época se convierte en un empresario que adquiere dividendos por su acción violatoria a la constitución y de inmediato su gesta opresora está signada por el pago monetario correspondiente. Con ello, las cúpulas se convierten de la noche a la mañana en ricos de nuevo cuño, utilizando la tropa ignara y analfabeta para oprimir los sectores populares.
El principal auspiciador de los golpes ha sido el gobierno norteamericano quien dirige a través de terceras personas todo el tinglado político-militar, con el fin de evitar que la historia de la soberanía de los pueblos se convierta en un hecho concreto.
Los grupos golpistas de antaño y hogaño, se imponen un período de gracia que está señalado por el llamamiento a las elecciones, con lo cual al entregar a los mismos dirigentes cómplices del estado de cosas provinientes del golpe, asumen un papel que conlleva el objetivo de dejar pasar y olvidar toda masacre sangrienta provocada por los protagonistas del atentado a la democracia. Las elecciones dramatizan el lavado de manos de los Pilatos de la democracia, con ello purifican el crimen, desmemorizan el delito y prosigue nuevamente el recorrido histórico siempre determinado por la fuerza político-militar que se retira a sus haciendas, fábricas y bancos a gozar de una vida plena de satisfacciones mercantiles, de holgazanería que se asienta sobre la base de la más descarada de todas las deshonestidades: la venta de la patria por libras, yardas o brazadas.
Por eso, no es de extrañar que el diálogo de sordos fracase por que el plan está determinado de la forma en que ha sido expresado por el dictador: toma del poder por la fuerza, nombramiento de Presidente por el Congreso, conservación de los cuadros golpistas incrustados en el Poder Judicial, la Fiscalía y demás entes que dependen de la elección del Congreso Nacional, adjunto al proceso de represión de todo grupo o movimiento popular que reclame la vuelta a democracia, y sostener esta posición de negar todo proceso de negociación, y repetir hasta la saciedad que las elecciones serán la salida a la crisis y la entrega de la banda constitucional en enero del año 2010.
Esta es una determinación del Departamento de Estado, la Cía y demás otros organismos que injieren en la política de América latina y el mundo.
De este modo, no habrá espacio para la restitución del Presidente de Honduras, José Manuel Zelaya Rosales, y la Resistencia, vista patógenamente, mas bien constituye una morbosidad pública que se debe extirpar de la manera que sea.
La Resistencia debe entender que la etapa de la negociación está finalizada, salvo que Estados Unidos se conduela de la situación política inestable que sufrimos y de la pobreza extrema en que hemos caído en menos de tres meses de dictadura.
Hemos entrado a otra fase, y aquí es donde la inteligencia y los consejos de Sun Tzu podrían alumbrarnos el camino hacia la restauración del poder popular en la casa presidencial.
Desde niña, en el hogar, la religión católica empezó a moldear mi conducta. De joven, un colegio religioso atrajo mi atención hacia «los pobres», como las hermanas de la caridad llamaban al contingente de menesterosos que hacían fila en una de las dependencias del edificio para recibir su diaria ración de pan. Ya en la universidad, me acerqué a un frente estudiantil impregnado de la doctrina social de la iglesia y escuché pláticas aleccionadoras del ahora Arzobispo de Guatemala, Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, sacerdote amigo que ofició en mi matrimonio e, inclusive, bautizó a mis hijos. Crecí, pues, con una fuerte impregnación cristiana en la que el segundo mandamiento (no el de las Tablas de la Ley, sino el enunciado por Cristo) se convirtió en programa de vida: ver, en los demás, al hermano, al amigo, al prójimo. Un cristianismo esencial al cual va aparejado un sentido de piedad o compasión por ese «otro», generalmente marginado.
El estudio, tanto de los libros como de la realidad cotidiana, me alejó de la perspectiva ingenua de explicación del mundo. No obstante, quedó un destilado final de respeto a una religión que va a la médula del problema social y que no atenúa, enmascara o desfigura las causas de la injusticia. Por esta razón valoro a los sacerdotes que no ponen vendas en los ojos de sus feligreses y no fincan la felicidad humana en el más allá de un imaginado paraíso destinado a los mansos, los sumisos, los que no cuestionan y aceptan las imposiciones en nombre de una fementida voluntad divina. Sacerdotes como Justo Milla, Ismael («Melo») Moreno, Andrés Tamayo y Luis Alfonso Santos predican la necesidad de solventar, en este mundo, los graves problemas provocados por la voracidad de una clase social que todo lo acapara y que lava su conciencia con pretendidos actos de caridad, tipo Teletón o colectas parecidas.
Pero así como los respeto a ellos, siento repulsión por la jerarquía de la iglesia católica (y también por los pastores evangélicos de igual pelambre). Su maridaje con los poderes dominantes es aberrante y una negación completa del cristianismo bajo el cual amparan sus actos deleznables. Al respecto, lea y sopese estas declaraciones: «Los seguidores de Zelaya están pagados. Les pagan [cien lempiras] por acudir a las manifestaciones»; «Micheletti es un presidente democrático, hay paz en el país y pese a las protestas no se ha atacado la libertad. Ha habido disturbios organizados por los seguidores de Zelaya, pero el gobierno ha sido condescendiente y no ha habido represión. Los militares y la policía han estado a la altura. El regreso de Zelaya sólo ha servido para poner en peligro otras vidas»; «La comunidad internacional está a favor de Zelaya. Pero es que ellos no han leído la Constitución y juzgan desde sus propias leyes. Lo que ha pasado en el país es legal» (Diario de Mallorca, España, 27 de septiembre de 2009).
Indignan, por mentirosas, esas palabras. Son nada más y nada menos que del prelado de San Pedro Sula, Antonio Quetglas. No es necesario refutarlas porque, una a una, los hechos recientes (de los cuales hay inobjetables fotografías, videos y testimonios de primera mano) se encargan de desmentirlas. Sin embargo, no está de más imaginar la exorbitante cantidad que se necesitaría para pagarnos a quienes hemos acuerpado las marchas y plantones. Serían millones que ya estarían circulando en pulperías y supermercados. Tantos como para atenuar la crisis por la que pasan dichos negocios. De nuevo estamos ante un jerarca católico que tergiversa los hechos para favorecer a los ricos y privilegiados.
Quizá, su intención fue congraciarse con los sectores empresariales de San Pedro Sula. Ello proporciona cuantiosos dividendos. Por esta poderosa razón, tal vez nunca llegue a entender que, con esas palabras, ha ensanchado, aún más, la brecha entre el sector oficial de la iglesia católica hondureña y el pueblo llano, en su mayoría, católico, pero también miembro de la Resistencia que, hoy por hoy, por su lucha desigual contra la tiranía, es el movimiento popular de mayor respeto en Latinoamérica.
No es ocioso recordarle a Quetglas, y a toda la cúpula a la cual él pertenece, el discurso que el Papa Juan Pablo II —con dedicatoria directa al dictador Efraín Ríos Montt— pronunció en Guatemala en 1983. He aquí su contundente juicio: « (…) cuando se atropella al hombre, cuando se violan sus derechos, cuando se cometen contra él flagrantes injusticias, cuando se le somete a torturas, se le violenta con el secuestro o se viola su derecho a la vida, se comete un crimen y una gravísima ofensa a Dios; entonces Cristo vuelve a recorrer el camino de la pasión y sufre los horrores de la crucifixión en el desvalido y oprimido». Estas palabras nos hacen pensar que ni las confesiones in artículo mortis, ni los golpes de pecho en la soledad de la propia conciencia, podrán traerles la absolución a los artífices del golpe y de la represión. Por algo, los traidores están en el último círculo del infierno, según el visionario poema de Dante Alighieri.
¿Y qué decir del sacrilegio cometido con la imagen de la Virgen de Suyapa, el pasado 3 de octubre, Día del Soldado? En acto digno de una grotesca ópera bufa, los brazos que dirigen y ejecutan la represión contra el pueblo hondureño la sustrajeron de su santuario para conducirla a la Academia Militar Francisco Morazán en donde se celebró una ceremonia religiosa. Una burla y una afrenta al pueblo católico que, en muchos de sus miembros de la Resistencia, ha sido víctima de los peores atropellos que recuerda la historia del país. Justamente, por esto último, pese al oropel propagandístico, el aquelarre religioso-castrense es un acto fallido: un vano intento de lavar la imagen de una institución nacional e internacionalmente desprestigiada. (La procesión me recordó, por cierto, el uso de la imagen del Cristo Negro de Esquipulas por la tropa mercenaria del coronel Carlos Castillo Armas cuando se cercenó al gobierno democrático de Jacobo Árbenz Guzmán en Guatemala).
Igual de deleznable —por ser uno de los artífices principales del golpe de Estado— es el apoyo de la alta jerarquía católica de España al solidarizarse con el Cardenal Óscar Rodríguez. Lo mismo se puede decir del Doctorado Honoris Causa que le otorgará, en noviembre, el Instituto Católico de París, acto en el que participará el Arzobispo de Clermont, vicepresidente de la Conferencia de Obispos de Francia. Como leímos en reciente nota que, a raíz del golpe de Estado circula por Internet firmada por Emilio Guerrero, nada ha cambiado: «La espada y la cruz siguen el pacto original de la Conquista».
Es su manera explícita de imitar al dictador Stroessner de Paraguay, al declarar Estado de Excepción o en la práctica un verdadero Estado de sitio que reprime y amordaza a toda oposición. Cierran la voz de Radio Globo y CHOLUSAT SUR, los principales medios de comunicación que nos mostraban constantemente y con valentía la verdadera realidad en nuestro país.
El legítimo presidente de los hondureños, Manuel Zelaya Rosales, su familia y acompañantes han sido objeto de tortura física, psicológica y prácticamente privados de su libertad en la embajada de Brasil, vulnerando los tratados internacionales.
Más, la presión mundial ha obligado al gobierno de Facto a dialogar con el Presidente Zelaya. Es un dialogo solipsista que se prolonga maliciosamente y en forma interminable para legitimar “las elecciones” de su democracia.
El país se ha divido en fuerzas golpistas y fuerzas anti golpistas. Son dos filosofías, dos discursos y dos prácticas y métodos totalmente diferentes y antagónicos.
La filosofía golpista asume que la realidad le pertenece por herencia como si fuera inmutable, construida y bendecida por el dios de los poderosos y la teología de los opresores armados y violentos. Es el dorado mundo de los ricos frente al opresivo mundo de los pobres y los excluidos de la justicia y del amor.
Según la concepción de los golpistas (visión ontológica sin historia); existe una separación entre el ser social y la realidad. El pueblo no existe. Bajo esta idea, se justificó el golpe militar que suprimió la libertad de practicar una encuesta no vinculante: “la Cuarta Urna” donde se le preguntaba sobre la opinión de la instalación de una Asamblea Constituyente. La ideología golpista considera que la “Constitución es Dios”. Los asesores y operados del golpe militar son los discípulos de la Escuela de las Américas, la ultraderecha estadounidense y latinoamericana
En la visión golpista sobre la teoría del conocimiento (gnoseología) se desconoce la potencialidad del pueblo como sujeto capaz de conocer y transformar la realidad social. El conocimiento y la educación están en función del mercado y la acumulación del capital. La validez y la verdad política del régimen de facto (visión epistemológica) no resisten la formalidad de la ciencia jurídica al separar la vida de la ley. El método, además de perverso es falso, puesto que distorsiona de manera flagrante la verdad. Se niega el golpe militar, se falsifican actas y se hace caso omiso de las violaciones a los derechos humanos y de la corrupción.
La concreción metódica es “el síndrome del desgaste y agotamiento físico, mental y político”. La estrategia es derrotar a la oposición, mediante la guerra irregular, el terrorismo mediático, religioso y militar, detener, golpear y torturar. Asesinar a dirigentes, maestros, artistas, jóvenes y mujeres (el femicidio, se ha incrementado en un 60 por ciento). El costo económico del golpe militar durante los primeros tres meses ha sido de más de 800 millones de dólares lo cual implica una pérdida de casi 30 millones de dólares diarios.
Pero frente a este cuadro de dolor y sufrimiento un gigante ha despertado, una nueva esperanza ha surgido. El pueblo se ha redescubierto a sí mismo desafiando con sus sueños de libertad a los que han hecho invisible su historia.
Se han roto los mitos del poder mediático. Los corifeos con su tecnología manipulativa no persuaden. Los muros del silencio se han derrumbado. El carbón de las hornillas, los colores de la tierra, han servido al pueblo trabajador y artista de su propia historia: escribir, pintar, danzar, actuar, cantar el poema de la libertad; frente a los tanques, las metrallas, los gases tóxicos y los puñales traidores hay gritar con dolor y coraje : “!Golpistas! ¡Golpistas!”.
Ha nacido un pueblo, una nueva esperanza, la Resistencia Nacional Contra el Golpe Militar. Sus objetivos son la movilización organizada para luchar contra la injusta realidad y construir el poder mediante la participación real de la ciudadanía en la Asamblea Nacional Constituyente y transformar profundamente la Constitución de la República.
Sus principios están basados en la “No violencia”. Son más de un centenar de días de marchas heroicas bajo el sol y la lluvia de balas, garrotazos, puñaladas y el terror de los gases mortales. Sin embargo, en un país militarme ocupado por los Estados Unidos, las fuerzas militares y policiales cobardes, gastan enormes presupuestos a expensas del hambre la enfermedad de los niños y niñas y la destrucción ambiental por parte de las multinacionales; nunca podrán apagar el coraje y las voces de la no violencia que gritan en todos los rincones de Honduras ¡Viva la Resistencia!
El martirio y heroísmo de la Resistencia, es un llamado a todos los pueblos del mundo para que no existan más golpes militares ni bases bélicas en América Latina. Nuestro pueblo clama por la paz humana y planetaria, por el respeto a la dignidad histórica de nuestros pueblos, la justicia social y climática en el corazón de la Madre Tierra.
El camino de esperanza y liberación, a pesar de los crímenes de lesa humanidad es la consolidación integral de la Resistencia como fuerza política, cultural y espiritual no violenta que construye y dirige la toma del poder.
Ningún cambio por la democracia real puede realizarse si se excluye a la Resistencia contra el Golpe Militar como la fuerza política más significativa y grande de Honduras. Es el hecho histórico más incontrastable de nuestra actualidad y del futuro con el que el pueblo sueña y construye el nuevo amanecer
Tegucigalpa. Octubre, 2009.
Juan Almendares
juan.almendares@gmail.com
http://www.movimientomadretierra.org/
www.dignidaddelospueblos.hazblog.com
http://dignidaddelospueblos.wordpress.com/
juan.almendares@gmail.com
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EL PLAZO INTERMINABLE Y
LAS ELECCIONES GOLPISTAS…
Por Galel Cardenas Amador
LAS ELECCIONES GOLPISTAS…
Por Galel Cardenas Amador
Repasaba un trabajo de Héctor Hernández titulado ¨Génesis y desarrollo de la historia política de Honduras, a partir de los golpes de Estado¨, y pude colegir algunos criterios que resalto ahora.
A través del devenir de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, se ha podido aprender que cualquiera de los golpes sufridos hasta la época por la democracia hondureña, ninguno ha sido revertido, y más bien han tendido a instalar grupos oligárquicos que bajo la coyuntura de la fuerza militar han realizado los más pingües negocios de toda índole: la obtención de trabajos remunerados opíparamente, en el aparato burocrático, la instalación de negocios ilícitos inmediatos, aprobación de leyes que implican privilegios hacia determinados sectores de explotación de recursos naturales y demás concomitantes.
Ningún golpe de estado en Honduras ha sido ejecutado desde la perspectiva de la defensa de la patria y del pueblo, y éste que sufrimos ahora no escapa a esa característica.
El grupo militar golpistas de cualquier época se convierte en un empresario que adquiere dividendos por su acción violatoria a la constitución y de inmediato su gesta opresora está signada por el pago monetario correspondiente. Con ello, las cúpulas se convierten de la noche a la mañana en ricos de nuevo cuño, utilizando la tropa ignara y analfabeta para oprimir los sectores populares.
El principal auspiciador de los golpes ha sido el gobierno norteamericano quien dirige a través de terceras personas todo el tinglado político-militar, con el fin de evitar que la historia de la soberanía de los pueblos se convierta en un hecho concreto.
Los grupos golpistas de antaño y hogaño, se imponen un período de gracia que está señalado por el llamamiento a las elecciones, con lo cual al entregar a los mismos dirigentes cómplices del estado de cosas provinientes del golpe, asumen un papel que conlleva el objetivo de dejar pasar y olvidar toda masacre sangrienta provocada por los protagonistas del atentado a la democracia. Las elecciones dramatizan el lavado de manos de los Pilatos de la democracia, con ello purifican el crimen, desmemorizan el delito y prosigue nuevamente el recorrido histórico siempre determinado por la fuerza político-militar que se retira a sus haciendas, fábricas y bancos a gozar de una vida plena de satisfacciones mercantiles, de holgazanería que se asienta sobre la base de la más descarada de todas las deshonestidades: la venta de la patria por libras, yardas o brazadas.
Por eso, no es de extrañar que el diálogo de sordos fracase por que el plan está determinado de la forma en que ha sido expresado por el dictador: toma del poder por la fuerza, nombramiento de Presidente por el Congreso, conservación de los cuadros golpistas incrustados en el Poder Judicial, la Fiscalía y demás entes que dependen de la elección del Congreso Nacional, adjunto al proceso de represión de todo grupo o movimiento popular que reclame la vuelta a democracia, y sostener esta posición de negar todo proceso de negociación, y repetir hasta la saciedad que las elecciones serán la salida a la crisis y la entrega de la banda constitucional en enero del año 2010.
Esta es una determinación del Departamento de Estado, la Cía y demás otros organismos que injieren en la política de América latina y el mundo.
De este modo, no habrá espacio para la restitución del Presidente de Honduras, José Manuel Zelaya Rosales, y la Resistencia, vista patógenamente, mas bien constituye una morbosidad pública que se debe extirpar de la manera que sea.
La Resistencia debe entender que la etapa de la negociación está finalizada, salvo que Estados Unidos se conduela de la situación política inestable que sufrimos y de la pobreza extrema en que hemos caído en menos de tres meses de dictadura.
Hemos entrado a otra fase, y aquí es donde la inteligencia y los consejos de Sun Tzu podrían alumbrarnos el camino hacia la restauración del poder popular en la casa presidencial.
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Teoría y práctica religiosa
Por Helen Umaña
Por Helen Umaña
Desde niña, en el hogar, la religión católica empezó a moldear mi conducta. De joven, un colegio religioso atrajo mi atención hacia «los pobres», como las hermanas de la caridad llamaban al contingente de menesterosos que hacían fila en una de las dependencias del edificio para recibir su diaria ración de pan. Ya en la universidad, me acerqué a un frente estudiantil impregnado de la doctrina social de la iglesia y escuché pláticas aleccionadoras del ahora Arzobispo de Guatemala, Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, sacerdote amigo que ofició en mi matrimonio e, inclusive, bautizó a mis hijos. Crecí, pues, con una fuerte impregnación cristiana en la que el segundo mandamiento (no el de las Tablas de la Ley, sino el enunciado por Cristo) se convirtió en programa de vida: ver, en los demás, al hermano, al amigo, al prójimo. Un cristianismo esencial al cual va aparejado un sentido de piedad o compasión por ese «otro», generalmente marginado.
El estudio, tanto de los libros como de la realidad cotidiana, me alejó de la perspectiva ingenua de explicación del mundo. No obstante, quedó un destilado final de respeto a una religión que va a la médula del problema social y que no atenúa, enmascara o desfigura las causas de la injusticia. Por esta razón valoro a los sacerdotes que no ponen vendas en los ojos de sus feligreses y no fincan la felicidad humana en el más allá de un imaginado paraíso destinado a los mansos, los sumisos, los que no cuestionan y aceptan las imposiciones en nombre de una fementida voluntad divina. Sacerdotes como Justo Milla, Ismael («Melo») Moreno, Andrés Tamayo y Luis Alfonso Santos predican la necesidad de solventar, en este mundo, los graves problemas provocados por la voracidad de una clase social que todo lo acapara y que lava su conciencia con pretendidos actos de caridad, tipo Teletón o colectas parecidas.
Pero así como los respeto a ellos, siento repulsión por la jerarquía de la iglesia católica (y también por los pastores evangélicos de igual pelambre). Su maridaje con los poderes dominantes es aberrante y una negación completa del cristianismo bajo el cual amparan sus actos deleznables. Al respecto, lea y sopese estas declaraciones: «Los seguidores de Zelaya están pagados. Les pagan [cien lempiras] por acudir a las manifestaciones»; «Micheletti es un presidente democrático, hay paz en el país y pese a las protestas no se ha atacado la libertad. Ha habido disturbios organizados por los seguidores de Zelaya, pero el gobierno ha sido condescendiente y no ha habido represión. Los militares y la policía han estado a la altura. El regreso de Zelaya sólo ha servido para poner en peligro otras vidas»; «La comunidad internacional está a favor de Zelaya. Pero es que ellos no han leído la Constitución y juzgan desde sus propias leyes. Lo que ha pasado en el país es legal» (Diario de Mallorca, España, 27 de septiembre de 2009).
Indignan, por mentirosas, esas palabras. Son nada más y nada menos que del prelado de San Pedro Sula, Antonio Quetglas. No es necesario refutarlas porque, una a una, los hechos recientes (de los cuales hay inobjetables fotografías, videos y testimonios de primera mano) se encargan de desmentirlas. Sin embargo, no está de más imaginar la exorbitante cantidad que se necesitaría para pagarnos a quienes hemos acuerpado las marchas y plantones. Serían millones que ya estarían circulando en pulperías y supermercados. Tantos como para atenuar la crisis por la que pasan dichos negocios. De nuevo estamos ante un jerarca católico que tergiversa los hechos para favorecer a los ricos y privilegiados.
Quizá, su intención fue congraciarse con los sectores empresariales de San Pedro Sula. Ello proporciona cuantiosos dividendos. Por esta poderosa razón, tal vez nunca llegue a entender que, con esas palabras, ha ensanchado, aún más, la brecha entre el sector oficial de la iglesia católica hondureña y el pueblo llano, en su mayoría, católico, pero también miembro de la Resistencia que, hoy por hoy, por su lucha desigual contra la tiranía, es el movimiento popular de mayor respeto en Latinoamérica.
No es ocioso recordarle a Quetglas, y a toda la cúpula a la cual él pertenece, el discurso que el Papa Juan Pablo II —con dedicatoria directa al dictador Efraín Ríos Montt— pronunció en Guatemala en 1983. He aquí su contundente juicio: « (…) cuando se atropella al hombre, cuando se violan sus derechos, cuando se cometen contra él flagrantes injusticias, cuando se le somete a torturas, se le violenta con el secuestro o se viola su derecho a la vida, se comete un crimen y una gravísima ofensa a Dios; entonces Cristo vuelve a recorrer el camino de la pasión y sufre los horrores de la crucifixión en el desvalido y oprimido». Estas palabras nos hacen pensar que ni las confesiones in artículo mortis, ni los golpes de pecho en la soledad de la propia conciencia, podrán traerles la absolución a los artífices del golpe y de la represión. Por algo, los traidores están en el último círculo del infierno, según el visionario poema de Dante Alighieri.
¿Y qué decir del sacrilegio cometido con la imagen de la Virgen de Suyapa, el pasado 3 de octubre, Día del Soldado? En acto digno de una grotesca ópera bufa, los brazos que dirigen y ejecutan la represión contra el pueblo hondureño la sustrajeron de su santuario para conducirla a la Academia Militar Francisco Morazán en donde se celebró una ceremonia religiosa. Una burla y una afrenta al pueblo católico que, en muchos de sus miembros de la Resistencia, ha sido víctima de los peores atropellos que recuerda la historia del país. Justamente, por esto último, pese al oropel propagandístico, el aquelarre religioso-castrense es un acto fallido: un vano intento de lavar la imagen de una institución nacional e internacionalmente desprestigiada. (La procesión me recordó, por cierto, el uso de la imagen del Cristo Negro de Esquipulas por la tropa mercenaria del coronel Carlos Castillo Armas cuando se cercenó al gobierno democrático de Jacobo Árbenz Guzmán en Guatemala).
Igual de deleznable —por ser uno de los artífices principales del golpe de Estado— es el apoyo de la alta jerarquía católica de España al solidarizarse con el Cardenal Óscar Rodríguez. Lo mismo se puede decir del Doctorado Honoris Causa que le otorgará, en noviembre, el Instituto Católico de París, acto en el que participará el Arzobispo de Clermont, vicepresidente de la Conferencia de Obispos de Francia. Como leímos en reciente nota que, a raíz del golpe de Estado circula por Internet firmada por Emilio Guerrero, nada ha cambiado: «La espada y la cruz siguen el pacto original de la Conquista».
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