domingo, 18 de outubro de 2009

CON LA PAZ DEL
NOBEL PODRÍAMOS
SEMBRAR LA
PAZ DE HONDURAS


Por Galel Cárdenas

Sí Honduras dejara de ser un teatro de guerra, Honduras no padecería de un Golpe de Estado.

Sí el Premio Nóbel de la Paz, adjudicado al hombre más poderoso de la tierra, al Presidente humanista Barak Obama, cuya gesta de arribo a la cima del poder político norteamericano es ya una leyenda de la post modernidad, si tan sólo el Presidente del gobierno de América del Norte, moviera un dedo a favor de la paz en Honduras, el golpe de Estado se esfumaría en un segundo.

Está visto que el premio Nóbel de la Paz, siguiendo las más encumbradas y un poco ingenuas declaraciones de los comisionados suecos encargados de entregar el Premio que corresponde, está destinado a afianzar las acciones generosas del Presidente Obama para el equilibrio de las fuerzas dicotómicas en el mundo y asegurar que la Paz sea una ruta de la humanidad, como también para insinuar a Estados Unidos que la Guerra no es el camino correcto del planeta, si no la armonía, la tolerancia, el respeto, la dignidad, la convivencia, la igualdad, la esperanza, la identidad, la democracia, la concordia, la amistad, en fin, toda una axiología de amor entre los hombres que habitamos la tierra, sobre todo para vivir en una sociedad donde no haya hambre, injusticia, no haya explotación, no haya discriminación, superioridad de economías, culturas, políticas, razas, en fin.

Un premio que se entrega para que un sólo hombre se convierta en el símbolo de todo el sueño universal, incentivar los esfuerzos planetarios para alcanzar la felicidad humana.

Un premio que evite las invasiones armadas a territorios que son libres de escoger su gobierno político. Un premio que garantice que en los diversos continentes los pueblos puedan dialogar como seres humanos que aman la solidaridad y la fraternidad.

Un premio que asegure que ningún soldado tenga la facultad de arrebatarle la vida a sus congéneres, ya sea por su propia decisión y por mandatos jerárquicos. Un premio que vele por que ninguna persona en el mundo sea golpeada y vejada, violada y asesinada por defender sus derechos tanto personales, sociales, económicos, culturales o políticos.

Un premio que tenga en su corazón los sentimientos más nobles capaces de incidir moralmente en los gobiernos que atentan contra la existencia, los derechos universales del hombre, al menos los elementales derechos de libertad, expresión y locomoción.

Un premio del tamaño del sol para que enceguezca las dictaduras, los oprobios, las infamias, las ruindades, las degradaciones y las bajezas que en nombre de una fementida democracia se practican como si fueran polígonos de tiro donde el más infame constituye el símbolo de la república blanca, honesta y sincera.

Un premio que coadyuve en el entendimiento social y político que detenga las masacres, los asesinatos, las torturas, las persecuciones, los desaparecimientos, las locuras patógenas y morbosas de los hombres desquiciados que en aras del dios dinero, del dios poder, del dios ambición, sacrifican a sus congéneres sin más trámite que la satisfacción del capricho desventurado de sus decisiones crueles, antojadizas y deleznables.

Un premio que sepa decodificar la hipocresía, la burla, el cinismo, la procacidad, la impudicia o la contumelia en aquellos líderes negativos que avalados por el poder mortífero de las bayonetas, las armas simples y sofisticadas, las utilizan para imponer a los pueblos el infortunio y la desgracia colectiva.

Un premio que desde las alturas inconmensurables del tamaño del EvEerest, donde la abundancia y la riqueza constituyen el dilema fundamental para dirimir la vida y las haciendas de la humanidad, pueda dirigir sus ojos a la masiva y multiplicada horizontalidad de los pobres, de los desheredados del mínimo derecho a la alimentación cotidiana, a un techo digno para sobrevivir a las inclemencias del tiempo, de los sin tierra y de los desempleados, y de los hambrientos y de los analfabetas, y de los liliputienses que la misma explotación los ha convertido en seres degradados hasta el fin de los tiempos.

En fin, un premio que ame la humanidad huérfana y desencantada por las guerras, las dictaduras, las enfermedades endémicas y epidémicas, donde los recursos nativos se convierten ya en memoria de un pasado glorioso de la naturaleza, espacio donde habitan aquellos que luchamos por un mundo equitativo, justo, democrático y pleno de esperanzas para la forja del futuro de las nuevas generaciones que recogerán la estafeta de la lucha por salvaguardar la vida en la tierra, el planeta verde que Dios nos otorgó para la felicidad del género humano.

Si el Premio Nóbel de la Paz y las naciones del mundo organizadas con la más alta eficiencia de trabajo colectivo, decidieran transformar la guerra en la paz, en esta “Honduras de fusil y caza, de asfixiado color y amarga vena, donde se escucha gemir el mapa de la pena, que en murallas de sal se despedaza”, tal como exclama el poeta Pompeyo del Valle, entonces un día cualquiera del que tenemos ya un recuerdo, la paz será con nosotros, por que esta paz ha sido aporcada por el pueblo hondureño como un árbol de libertad que se riega con mártires, marchas interminables, perseguidos, encarcelados, desaparecidos, sacrificados.

Honduras ha puesto su sangre en esta lucha desigual para restaurar la democracia símbolo inequívoco de la Paz.

De este modo, restauraríamos en Honduras la libertad y el futuro promisorio para un pueblo sin ataduras; entonces enunciaríamos al unísono los versos de Alfonso Guillén Zelaya:

“¡Vendrá la libertad! Sobre el pasado inerte

Veremos a la vida derrotando a la muerte.

Tendremos la alegría, tendremos entusiasmo,

La actividad fecunda sucederá al marasmo

Y en la extensión insomne de todos tus caminos,

Se alzarán majestuosos tus cumbres y tus pinos”.

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