domingo, 18 de abril de 2010

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O R G U L L O

Foto: Luis Méndez.

Por Oscar Amaya Armijo

Estoy orgulloso de ser hondureño, del color de mi piel, del mestizaje que me cobija. No me da pena ser latino, que corra sangre de todas las etnias del planeta por mis venas. En mí se concentran todas las culturas y cosmovisiones. Nací en Talanga, mi ciudad querida que crece con velocidad de gacela; pero me siento latinoamericano; es decir, ciudadano del mundo, planetario. Tras de mí están las culturas milenarias que se asentaron en Mesoamérica; por tanto, no soy un advenedizo en estas tierras. Nací en una casa, que al parecer, ayer nomás cumplió quinientos años de existencia y de la que nadie da fe quien construyó. De aquí son mis ancestros, ellos llegaron primeros; después la sangre española y africana con todas sus policromías. Esta no es tierra para beduinos y nómadas, somos hombres y mujeres de la floresta, con olor a montaña; tatuados de trinos y lloviznas; repujados por la selva y los aguaceros. Aquí moriré, entre los pinares, aquí morirán mis hijos, carajo, en esta tierra nuestra que es un jardín; y nadie venido de la arena vendrá aquí a perturbar la paz de nuestros muertos, de nuestros jardines. Sí, sí, aquí moriremos aunque duela dejar hueso y piel regados en los pedruscos, pero reviviremos agigantados en otros alientos, en otros ánimos que recorrerán las milenarias veredas que solo nosotros conocemos. Y sépanlo, señores del desierto: nunca la cobra remontará, jamás, el vuelo del quetzal; sépanlo de una vez por todas. Amo esta tierra de tucanes y tacuazines pese a los malinches que vendieron su honra por unos dólares más. Amo esta tierra donde el canto se escribe en los mares que son pentagramas de sol y viento. Amo esta tierra que no es de pan llevar porque aquí hilvanamos el futuro, la esperanza de las viejas y nuevas utopías. Amo esta tierra por los huesos de todas aquellos que murieron por ella. Podrán matarnos mil veces, pero jamás matarán el amor que bulle por nuestra tierra. Nadie borrará nuestro orgullo tatuado en la arcilla de nuestra piel. Nadie nos quitará la tierra donde moriremos. Nadie, nadie, nadie…

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