quarta-feira, 6 de janeiro de 2010

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¿Por qué matar al
colibrí y al poeta?


Por Juan Almendares


Era la noche de los puñales

la noche del pánico

de lunas enamoradas

de sueños rebeldes juveniles.


Eran soldados disfrazados de puñales

sigilosos asesinos

de los cantos y poemas

de los pueblos.


Eran mil rostros ocultos

en cuevas de las montañas

mil carcajadas siniestras

de los halcones serviles.


Del Cazador del Planeta.

aprendieron a matar

al colibrí y al poeta.


Eran los héroes graduados

en la Escuela de las Américas

los héroes condecorados

con las estrellas de sangre

y filos en la esperanza.

Eran puñales que hieren

el alma de Nuestra América .


“No te olvides, soldado,

son cuarenta y dos

-dijo el sumo sacerdote-:

un salmo por cada puñalada”.


¿Por qué cuarenta y dos?

el halcón preguntó

con la sonrisa siniestra

en las sombras de su rostro

el general respondió:

“simple operación aritmética

al repetir la historia sangrienta.


Siglo veinte y uno por dos

cuarenta y dos puñaladas

del Cazador del Planeta,

del nuevo siglo asesino

del colibrí y del poeta.


Mientras, el pueblo resiste

con la conciencia del Sur

florece el ALBA

Vibra el tímpano de libertad

con el grito de los pueblos

¡Vivan Martí, Morazán y Bolívar!

¡Viva el despertar de la patria amada!

¡Porque no haya golpes militares!

¡Ni venas abiertas en América Latina!


*

ALGUNOS RETOS EN LA
FORMACIÓN E INFORMACIÓN


Por Gustavo Zelaya

Una de las discusiones principales del pensamiento contemporáneo desarrollado desde las últimas tres décadas del siglo XIX hasta los tiempos presentes se refiere al problema del progreso de la ciencia, de las expresiones artísticas y de los procesos económicos, que harían posible el paso de la humanidad hacia una sociedad más digna y más humana. El preguntarse sobre la posibilidad de ese progreso implicaba grandes dificultades en las respuestas que podían verterse, sobre todo cuando se intentaba averiguar si las consecuencias del esperado progreso infinito no tendrían efectos, no sólo favorables sino también funestos para el desarrollo social y para las generaciones venideras. Esta cuestión ayudaría también a establecer diferencias entre el pensamiento moderno y el denominado postmodernismo.

La modernidad estableció una concepción optimista del hombre en donde se suponía que todos los acontecimientos históricos se dirigían a un progreso garantizado por el poder absoluto de la razón, cuestión que en su momento parecía tener una esencia indudable ya que nos acercaría a cotas más elevadas tanto en la ciencia, en las relaciones sociales como en los vínculos con la naturaleza y entre los individuos. Por el contrario, en las visiones postmodernas se mostraban las limitaciones y consecuencias del progreso, desconfiando y dudando de las finalidades de la ciencia y poniendo en entredicho aquellas teorías que identificaban el bien con el progreso. Estas concepciones siembran inseguridades acerca de los grandes ideales del perfeccionamiento humano y aspiraban a señalar las fallas de los proyectos sociales emancipatorios, de las ideologías y las utopías. Toda esta desvalorización generó un vacío y rupturas que fueron siendo atenuadas por un desinterés en la esperanza de algo mejor y por una desilusión, que llevaron a los individuos y a las sociedades actuales a procesos de insolidaridad hacia los demás. Esta ha sido una característica central en la sociedad actual y que, la supuesta piedad de empresarios altruistas, intenta aliviar con grandes dosis de cinismo. Ello se manifiesta en el promocionado teletón o en la organización de bingos de caridad, en elegantes salones y lejos del pobrerío. Una muestra de las actitudes pesimistas se descubre en las sensaciones de que los eventos sociales son independientes de la voluntad humana y que no es posible intervenir en ellos para conducirlos ordenadamente. Para ello existe el recurso de la violencia o la llegada de los emisarios gringos, para que ordenen las cosas; el recurso del golpe de estado o de la negociación conducida por encantadores de serpientes, para aplacar revoltosos; y en ningún momento convocar al soberano para hablar de estas cosas. Pueden ensuciar la mesa y arruinar las alfombras. Es decir, ya no es permitido fundamentar de manera racional los actos personales, defender la soberanía de la ciencia, la ética, el arte y el sentido lúdico de la existencia., puesta al servicio de la libertad. En la visión golpista, esto sólo es posible vía decreto y la vigilancia del censor.

Esa desconfianza y ese fatalismo, por demás conservador, se nota en las actitudes de los políticos liberales, cachurecos, pinuistas, democristianos, similares y asimilados, cuando invocan con hipócrita y apasionado fervor la necesaria presencia divina en la acción pública, se reza para inaugurar la sesión del congreso o reza el dictador al final de su homilía; igual se manifiesta en supuestos cientistas sociales que afirman que la autoridad civil está presente, no por mandato popular, sino por que Dios así lo quiere y eso debe ser acatado. Esto fue dicho por el presidente del colegio de economistas Manuel Bautista en un programa de televisión. Igual pudo ser propuesto por cualquiera de los “analistas” políticos como el médico de cabecera del déspota de turno, por “conductores” de la opinión pública al servicio de los grandes medios de comunicación o por algún infante “historiador-económico”. O por otros científicos colocados en lo alto y que pontifican sobre cosas terrenas sin contaminarse con ideologías. Neutralidad y objetividad sobre todo. Esa es la ciencia puesta al servicio del golpe de estado. Cuestión que es repetida fanáticamente por los y las activistas del régimen cuando atribuyen una misión divina a la mano represora del cabecilla visible del gobierno usurpador. Así, las golpizas a la Resistencia, el cierre de medios de comunicación y las muertes provocadas desde el 28 de junio son en cumplimiento de la sacra tarea civilizadora, justificada por pastores, profetas, obispos, arzobispos y sus respectivos bebesaurios. No aplican restricciones en esta clasificación de cómplices y golpistas.

Dentro de las tendencias postmodernas existe una idea compartida por la mayoría de ellas de que la época actual está caracterizada por el dominio de los medios de comunicación masiva. En su criterio la expansión de este sistema ha permitido el acceso a la información de grandes grupos de población. Tal proceso potenciado por los medios de comunicación hace creer que existe la posibilidad de crear gran diversidad de opiniones respecto a los acontecimientos y que un resultado importante de ello se observaría en el desarrollo de una sociedad más dinámica y transparente que eliminaría todas las trabas en la comunicación. Sin embargo, el suponer que hayan surgido diversos centros en donde se forma la opinión pública ha dado lugar al aparecimiento de múltiples sujetos y variados criterios que han provocado fragmentaciones de la visión que se ha tenido del mundo. Se ha desarrollado, más bien, una cultura de la imagen y el espectáculo interesada en producir iconos dispuestos solamente como figuras visuales y con débiles fundamentos teóricos. Los medios de comunicación invaden los ámbitos privados y su capacidad simuladora nos dibuja realidades virtuales tan efectivas como las que tienen existencia fáctica. No es casual la importancia que se da en la televisión comercial a la telenovela, a la moda y a las revistas informativas, al estilo del chino wong, valga la minúscula. Significa también que la atención de esas herramientas de difusión está más puesta en los aspectos aparentes, fenoménicos, marginales, que en los elementos que dan contenido y fundamento a las diversas esferas de la actividad humana. Estos elementos fundantes son lo de menos.

El auge de los medios puede insinuar que en esa área social se ha experimentado una democratización y mayor participación social, pero oculta el hecho de que el control de ellos se ha concentrado en unas cuantas empresas, en donde predomina la inversión anglosajona y, en un plano más regional, el control está siendo concentrado cada vez más en pequeños grupos de empresarios ligados también a la banca y a cualquier otra actividad que genere ganancia, que han comprendido la importancia de tal dominio. Sobre todo, para ir modelando en los individuos diversas creencias, ideas y esquemas acerca de la necesidad de mantener un cierto orden social fundado sobre las relaciones de mercado entendidas como inamovibles y eternas. La capacidad de los medios en los procesos de formación de la conciencia es mucho más importante en una sociedad muy complicada, llena de informaciones cuya importancia es de poca duración y en donde la realidad se convierte en un sistema que se arma y desarma constantemente. Así, uno de los retos sociales e individuales es cómo lograr vivir en una sociedad plagada de tecnología y de medios de comunicación. Pero también en una sociedad políticamente inculta, como la nuestra. Más bien, con una idea de la política como algo útil para escalar posiciones y para lucrarse a costas del presupuesto nacional. Otro reto fundamental es desarmar esa visión de la política vernácula y edificar una concepción de la política como aquello que nos permite caminar juntos, organizar entre todos una serie de ambientes sociales más justos y más dignos. Es dura la tarea y es muy probable que sus resultados no sean inmediatos.

6 de enero de 2010.

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