sábado, 5 de dezembro de 2009

EL CANTAR DE MEL Y SU
PUEBLO EN RESISTENCIA


Por Debora Ramos Ventura

CAPITULO I

CANTO PRIMERO

La metamorfosis de un hombre pegado a un sombrero


Años antes vi pasar al hombre. Dicen que era Don José Manuel Zelaya. Montaba en su caballo de sangre pura, con botas de vaquero, cinturón ancho e imponente sombrero. ¿Quién hubiera podido decirle al señor José Manuel que sus días cambiarían? Que ese sombrero que lo tomó del pueblo pesaría, pesaría como una cruz, cruz que siempre han cargado todos los hombres de estos pueblos, pueblos que como ríos bajan, de montañas, aldeas, caseríos, pueblos cercanos y lejanos. Y son pueblos con hombres que se vuelven caminos y veredas.

Ahí va don José Manuel pidiéndole al pueblo su confianza. Camina con hienas, con lobos, con cuervos y chacales; se le acercan, lamen sus botas y su camisa, su pantalón, pero le tienen miedo a su sombrero. Él quiere proponer su destino, pero no sabe lo que quiere, porque su sombrero pesa, pesa tanto porque trae lágrimas de pueblos, trae sudor, trae silencio, trae hambre, trae el golpe cotidiano. Cuánto pesa su sombrero, señor José Manuel, que tendrá que cambiar su nombre por uno más pequeño y que tenga el peso que lo haga hermano de su pueblo, hijo de esta patria, y que encarne el Cristo obrero.

Él quiere caminar y hacer caminos, dar la mano sincera, abrazar al obrero, levantar el puño como lo hace el pueblo, gritar palabras grandes, hermosas. Quiere sembrar y hacer cosecha, quiere sentarse bajo la sombra del mismo árbol y compartir la tortilla con el que no tiene, quiere con los dioses de maíz multiplicar los panes y quitar de cada parcela de tierra, las pérfidas fronteras y así caminar por esas calles de sueños verdaderos.

¡Ay, don José Manuel, caminar por estas calles no es fácil! Hay escollos espinosos, hay picos con venenos traicioneros, hay judas en cada esquina con máscaras de santo, hay hienas que no tienen partido, solo tienen las treinta monedas que esperan comprar su cabeza. Créame que ser Prometeo y robar el fuego para darle luz a su pueblo es dejarse encadenar y que los cuervos día a día le extraigan las entrañas. Pero quiero decirle que también he visto muchos prometeos siendo desencadenados por pueblos que aman la libertad, y curan las heridas y resucitan y los llevan al sitial de los hombres verdaderos.

Allí está don José Manuel. Come con Juan, el obrero; con Pedro, el campesino y Pablo, el carpintero; con María, que lava en el río, con Ana la que vende tortillas y con la abuela campesina que arrulla a sus nietos. ¿Qué pecado estará cometiendo, señor José Manuel, que los santos cardenalicios, los apóstoles demenciales lo pueden acusar de hereje? Mire que las hienas y los chacales están desconfiando de usted, y por si no se da cuenta, hay cuervos con uniforme y sin uniforme atisbando en los rincones. Tenga cuidado, si quiere ser buen señor.

Cómo no recordarlo frente a su pueblo, por primera vez, como guía de su patria, sin poses, escondiendo el discurso preelaborado y gastado y queriendo hablar con su pueblo con palabras que salieran del alma, con esas palabras que llevaban el olor de los caminos, con esas palabras que caminan con los lencas, con los garífunas, con los chortís, con los Tolupanes, con los pech, con los Tawancas, con esas palabras que huelen a tierra húmeda de la primer tormenta, con esas palabras olorosas a mandarina y nardo. Ese era el renacer del caballero de palabra en ristre y actitud obrera. He ahí donde su sombrero era más pueblo que sombras y se hizo sombra para el pueblo, muere el Don José Manuel y nace el simplemente Mel, el hermano, el caballero del insigne sombrero.

Y le habló al pueblo y amó al pueblo y se hizo pueblo y su pueblo lo amaba, lo escuchaba y con él compartía el pan y la sombra de su sombrero, el mismo sombrero de todo el pueblo. Y el Cristo de la vida caminaba con el pueblo, porque el pueblo era Cristo; el que sufre, el hambriento, el sin tierra, el caminante, el inmigrante, el silenciado, el golpeado y por eso, también, los inmortales se regocijaban. Morazán, Bolívar, Gandhi , Lempira, Cabañas , Martí… y así vi renacer la patria y la libertad guiando a un pueblo en todos los caminos.

Vi nacer a mi pueblo, junto a su futuro, y cada hombre y cada mujer empezó a fabricar sus alas e iba pegando a sus hombros una a una hasta su última pluma, hasta acostumbrar a la esperanza de sus vuelos, vuelos que los liberarían y los sacarían del laberinto cotidiano de los mil golpes a los que los hombres malos de la historia los tenían obligados. Y lo que nació, fue bueno. Unos lo llamaron despertar, otros dijeron que era toma de conciencia. Y yo creo que es el principio del camino de la dicha.

También con el renacer de mi pueblo se despertaron los dioses malos de Xibalbá y con ellos los piratas que habían venido de otras tierras, corsarios de turbantes y túnicas. Aullaban como jaurías y como si fuera en noche de luna llena se transformaban en lobos hambriento de poder. Y se regó el odio en las diez familias de pulpos con apellidos extraños y cegaron la ley, escondieron a la diosa Themis en el rincón más olvidado y tenían miedo de constituir la sagrada palabra en ley que como sol alumbrara a todo el pueblo en condición equitativa.

Y los malos rugían su maldad, pisaban la tierra y no crecía la hierba. Eran Atilas y se dio que algunas hermanos sembraron la hierba mala, la traidora, y así nacieron Caínes, y nacieron Anases y Caifases y muchos Pilatos se lavaron la manos, y muchos Judas se colgaron del Coello y nacieron renadas que vendieron la palabra y fue así que la podredumbre asaltó la justicia y la convirtió en letrina de traspatio.

Y el pueblo resistía junto su hombre y el hombre resistía junto a su pueblo. Y venían niños y venían hombre, y venían mujeres, venían ancianos y ancianas, venía la juventud entera ( la que piensa) venía todo un pueblo, con partido y sin partido, religiosos y sin religión, blancos, negros, medios blancos, medios negros, lesbianas, gays, artistas y hacedores de sueños, era ríos convertidos en caminos, y eran caminos hechos de humanos y eran humanos buscando su libertad.


Nota al pie de página

*Renada - Vocablo acuñado en las letras de la resistencia hondureña, (sacado de las cuatro primeras letras del nombre del principal periodista vendido) que quiere decir dos veces nada, en alusión a los vendedores de la palabra.

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